En este apartado queremos dar cabida a la vena literaria de nuestros asociados que se animen a compartir con todos nosotros sus artículos, publicados o no, que por su especial interés se considere oportuno subir a esta página.
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Alejandro Borreguero, miembro de la Hermandad de Veteranos del Inmemorial del Rey
¿ESTAMOS ANTE UNA NUEVA ETAPA HISTÓRICA EN EL DESARROLLO DE LA HUMANIDAD? *
Santiago Santos Sánchez
Vicepresidente de la Hermandad de Veteranos del Inmemorial del Rey
Los clásicos nos dicen que: “conocer nuestro pasado, nos ayudará a entender el presente y el futuro”.
Una pequeña revisión de la Edad Contemporánea, iniciada en los albores de la Revolución Francesa, pone de manifiesto que está siendo un periodo, como mínimo, convulso.
Durante esta etapa, la humanidad ha padecido dos guerras mundiales, la gran depresión de los años treinta se ha consolidado el sistema capitalista y han aparecido, como cuarto poder, los medios de comunicación masivos que llegan a los últimos rincones del planeta y ponen de manifiesto las grandes diferencias entre los distintos estilos y modelos de vida de los países desarrollados y la miseria de los países menos favorecidos. Parece ser que, ahora que la humanidad ha alcanzado las mayores cotas de riqueza y bienestar, existe una incapacidad para repartirla. La Revolución rusa intento difundir su ideología, aparentemente igualitaria, por todo el mundo con los resultados conocidos por todos.
Como nos recordaba Alvin Toffler en su libro “El shock del futuro”, la característica fundamental de esta Era, es la velocidad vertiginosa a la que se están produciendo los cambios, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XX; la humanidad ha visto como cosas que parecían inalterables cambiaban con sorprendente rapidez, lo que antes se tardaba en cambiar varias generaciones, ahora cambia en pocos años. Sobre todo, es la tecnología la que está consiguiendo estos avances espectaculares que tienen una indudable repercusión tanto a nivel individual, como a nivel general. Este desarrollo tecnológico produce un desfase entre los conocimientos técnicos y los conocimientos acerca del ser humano. Cada día sabemos algo más de lo que está pasando en otras Galaxias, pero sin embargo el desarrollo de las ciencias que se ocupan del estudio del hombre y sus circunstancias, no están progresando con la misma intensidad que lo hacen los extraordinarios avances tecnológicos.
Estas graves contradicciones son las que pueden dar lugar a esa insatisfacción puesta de manifiesto en muchas manifestaciones, con comportamientos muy agresivos, al no encontrar respuesta a sus demandas básicas.
Son numerosos los estudios que sugieren que la degradación que estamos sufriendo, está originada por la pérdida, o más bien, por el trastoque de los valores tradicionales de la civilización occidental, imperante en la mayoría de los países más desarrollados, que hunde sus raíces en la fusión de la cultura greco-romana con la tradición judeocristiana, sin olvidar las aportaciones de la Ilustración.
Algunos de los valores tradicionales como el trabajo, entendido como fuente fundamental del desarrollo personal y profesional, la libertad, el deseo de superación, la educación, la solidaridad… en definitiva, aquellos que han hecho posible el progreso de la sociedad occidental; parece ser que están siendo sustituidos por esos otros contravalores imperantes: el dinero y el poder.
El dinero siempre ha tenido una especial importancia, no cabe duda de que sin dinero la vida se hace más complicada, pero desde que se dijo que el objetivo era “maximizar el beneficio” pasó a ser el fin último de gran parte de la sociedad. Con frecuencia olvidamos que el beneficio no es un fin en sí mismo, es un medio necesario, pero solo un medio, no un fin.
El poder, a lo largo de la historia ha ejercido una gran atracción para algunos personajes que han hecho de su posesión, su razón de ser. El poder por el poder se puede convertir en un arma tremendamente peligrosa ya que borra cualquier atisbo de contención ante las aspiraciones del poderoso; ante él nada se interpone, no necesita justificarse por descabellada que sea su idea y, a pesar de las graves consecuencias que pueda producir en los demás.
Aunque estos dos contravalores pueden ser causantes de parte de la situación que nos ha tocado vivir, no creo que sean los únicos responsables. Seguramente habrá más: corrupción, relativismo, permisividad, hedonismo, consumismo…
Frente a esta situación que estamos viviendo y la confusión generada ante estos hechos, algunos difícilmente explicables, ¿es posible que nos estemos enfrentando a una nueva Era de la humanidad?
¿Cuáles serán los valores imperantes en esa nueva etapa?
Si no tenemos claramente definido que, nuestro objetivo vital o visión es el que determina cuales han de ser esos valores que nos ayudarán a conseguir nuestra razón de ser; tendremos que sopesar cual es nuestra razón de ser en la vida. A lo mejor somos, lo que no quisiéramos ser.
Si consideráramos “ser feliz” como nuestro objetivo vital, seriamos más felices y… haríamos más felices a los demás.
* Publicado en la revista Palabra Culta y Buenas Costumbres del mes de febrero 2021
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Catástrofes, valores, conceptos y actitudes
Gerardo Hernández Rodriguez
Secretario de la Hermandad de Veteranos del Inmemorial del Rey
Cuando llevamos ya un año sufriendo el ataque del Covid-19, no nos acabamos de creer que todo esto sea verdad. Que un virus, algo apreciable sólo a través del microscopio haya podido poner a una sociedad ultradesarrollada en jaque y al borde del cataclismo. Este hecho nos sigue remitiendo a la fragilidad humana. ¿A su fragilidad o a su soberbia y prepotencia? ¿No será esto la consecuencia de querer ser más que Dios con ciertos experimentos y ciertas prácticas, queriendo decidir sobre cómo y cuándo crear vida, cómo y cuándo nacer o cómo y cuándo morir?
Al llegar la noche nos acostamos con angustia, con incertidumbre sobre nuestro futuro inmediato y el de los nuestros. Nos abruman las escenas en los hospitales y los centenares de fallecidos cada día. Y, sin embargo, hasta hace un año dormíamos “a pierna suelta” sin pensar en ello y sin que nos agobiara el hecho de que solo a pocos kilómetros, al otro lado del Estrecho de Gibraltar, en África o en otros lugares del mundo, miles de niños morían cada día de hambre y de enfermedades. Como dijo alguien en aquellos primeros días de la epidemia, “antes no nos dábamos cuenta de que éramos felices”.
Y al igual que ante este fenómeno nos ocurre con la Naturaleza. Creemos que la tenemos dominada y una borrasca como la conocida como “Filomena” que, ininterrumpida durante dos días, acaba de cubrir de una espesa nevada prácticamente toda la superficie de España demostrándonos nuestra debilidad y limitaciones y poniendo a prueba nuestra capacidad de adaptación y resistencia.
Nos hemos acostumbrado al bienestar, a las comodidades y nos parece inconcebible que, de la noche a la mañana, nos podamos ver privados de esos beneficios. Especialmente en las ciudades, como ha ocurrido en el caso de Madrid.
Si la nieve, en las cantidades que ha caído, cubre nuestras calles, queremos que los servicios de limpieza y las máquinas quitanieves acudan en primer lugar a nuestro barrio para despejarnos la calzada. Es como en la consulta del médico. Para nosotros demandamos una atención de, al menos, media hora y nos incomoda que a otros pacientes les dedican más de cinco minutos.
Parce que no siempre somos conscientes de que los recursos son limitados y que hay unas prioridades objetivas y máxime en unas latitudes como las nuestras no acostumbradas, por lo general y a diferencia de los países nórdicos, a unos fenómenos atmosféricos de esta naturaleza.
Pero, al mismo tiempo, parece que ignoramos, desconocemos o hemos olvidado que, en otros tiempos y en otros lugares de nuestra misma España estos fenómenos eran y son frecuentes. Lo que ocurre es que “nos pillan lejos”. En lugares como, por ejemplo, los Pirineos, Asturias o Galicia estas nevadas no son tan extrañas. Y la gente sobrevive y se organiza, aunque ello implique renuncias y sacrificios. Hace algunos años, en parajes como Piornedo, en los Ancares, durante los duros inviernos, que sus habitantes pasaban en sus pallozas, cercados por la nieve, si alguien fallecía se depositaba el cuerpo en el hórreo hasta que el deshielo permitía trasladarle al cementerio de la parroquia.
Y, por otra parte, los hábitos y valores de las diferentes sociedades como es el caso de Alemania, en donde los ciudadanos, que también pagan sus impuestos, tienen la obligación, bajo pena de sanción, de limpiar las entradas de sus casas en casos de nevadas como ésta y no se deja toda la responsabilidad a los servicios públicos.
Quizá la comodidad, el bienestar nos hace egoístas. No todo se puede resolver por medio de la informática, la electrónica u otros elementos de las sociedades que denominamos como “desarrolladas” y “de consumo”. Estamos en una sociedad, en general, poco acostumbrada a la austeridad.
En etas situaciones se pone de manifiesto lo peor y lo mejor de los seres humanos. Lo peor como el saqueo de la carga de un camión bloqueado por la nevada en el arcén de una carretera madrileña o los destrozos y desvalijamiento de los vehículos particulares reducidos a la misma situación. Y lo mejor con las demostraciones de entrega, sacrificio, solidaridad, generosidad, desinterés o caridad de muchos ciudadanos para con sus semejantes.
Durante la pandemia, los sanitarios entregados en cuerpo y alma hasta la extenuación para atender a los enfermos en condiciones muy penosas, el Ejército, la Policía y la Guardia Civil, los camioneros, los empleados de los supermercados, etc. que han trabajado para que a esta sociedad del bienestar y las comodidades no le faltara lo necesario y, a veces, hasta lo superfluo. Y los bancos de alimentos para los más necesitados.
Y ahora, con la borrasca, nuevamente están actuando esos mismos profesionales y otros muchos, cuya tarea no siempre es adecuadamente reconocida y valorada por quienes desean priorizar sus intereses particulares ante las necesidades ajenas y colectivas.
En estas circunstancias hay que valorar en su justa medida y sin que en nada desmerezca, la labor, la entrega, los sacrificios de estas personas como, por ejemplo, los sanitarios que se han reenganchado en sus turnos porque sus compañeros no podían relevarles, los empleados de la limpieza con su duro trabajo, los voluntarios que con sus vehículos todo-terreno se han dedicado, desinteresadamente, a trasladar a personal sanitario y otros profesionales que debían acudir a sus puestos en trabajos esenciales y que no podían hacerlo debido a la incomunicación provocada por la nevada.
A estas personas hay que reconocerles y valorarles su abnegación, su generosidad, su solidaridad y, hasta si se quiere, su caridad. Pero, repetirnos, sin quitarles ni un ápice de sus méritos, que son muchos, quizá se esté desvirtuando el concepto de heroísmo al emplearlo con una cierta imprecisión y adjudicarlo profusamente.
Heroínas han sido María Pita, Agustina de Aragón y Manuela Malasaña, que lucharon contra los ingleses y franceses, respectivamente. Y más cerca en el tiempo, héroes son, por ejemplo, Juan Maderal Oleaga y el Brigada Francisco Fadrique Castromonte, legionarios que el 13 de enero de 1958 se quedaron cubriendo el repliegue de sus compañeros en la batalla de Edchera sabiendo que morirían combatiendo; el cabo Antonio Ponte Anido, que en la batalla de Krasny Bor, el 10 de febrero de 1943, dio su vida por sus compañeros heridos haciendo explotar una mina antitanque en el T-34 ruso que avanzaba disparando contra el hospital de campaña; Álvaro Iglesias Sánchez, joven de 20 años que salvó a tres personas entrando en el edificio en llamas del nº 7 de la Calle de Carranza en Madrid el 6 de abril de 1982, no pudiendo salir y pereciendo cuando volvió a entrar para intentar salvar a más personas e Ignacio Echeverría que con un monopatín se enfrentó a los terroristas en Londres el 3 de junio de 2017 para evitar que asesinaran a una mujer y a un policía, siendo acuchillado y muerto él mismo.
Héroes son el policía fuera de servicio que baja a las vías del Metro, cuando está llegando un tren para rescatar a una persona que se ha caído, quien se arroja a las aguas para salvar de morir ahogado a quien no sabe nadar bien o pierde la consciencia por algún motivo, el sanitario que, sabiendo que va a ser contagiado y que probablemente morirá, no abandona a sus enfermos, el piloto que, habiendo perdido el control de su avión, lo lleva fuera del área de una población para evitar la muerte de sus habitantes ante el impacto, pereciendo en la empresa, siendo consciente de ello. Y otros muchos más, anónimos, que, de alguna forma y por uno u otro motivo, arriesgan o dan su vida para salvar la de sus semejantes. Otros, como el fraile franciscano Maksymilian Maria Kolbe, reúnen la doble condición de héroe y mártir.
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SOBRE LA AMISTAD
Gerardo Hernández Rodriguez
Secretario de la Hermandad de Veteranos del Inmemorial del Rey
"Una de las más bellas cualidades de la verdadera amistad es entender y ser entendido"
Séneca
El título de esta reflexión está tomado del de la obra de Pedro Laín Entralgo, publicada por Revista de Occidente en el año 1971, y lo hago porque es posible que éste sea un tema sobre el que pensar en estos días de “arresto domiciliario” ya que, en el aislamiento de nuestros hogares, aunque lo compartamos con algunos de nuestros familiares, es dado recordar a nuestros parientes y amigos. A esos a los que ahora echamos de menos cuando, a lo peor, en circunstancias normales tratamos con menos entusiasmo y de los que, quizá hasta algunas veces, pensemos que “nos cargan”. Ahora estamos apreciando el verdadero valor de su afecto, de su leal amistad.
Laín Entralgo, en esta obra aporta unas citas, una de ellas de Aristóteles y la otra de plena aplicación práctica en la actualidad, que merece la pena recordar: “La amistad es lo más necesario para la vida” y “El mundo en que vivimos se halla menesteroso de amistad”.
Los parientes nos vienen dados por nuestras respectivas circunstancias familiares, pero los amigos los elegimos, aunque también es cierto que frecuentemente identificamos amigos con conocidos. Conocidos, compañeros podemos tener muchos, incluso “amiguetes” que constituyen una especie particular dentro de las relaciones sociales, pero amigos, amigos de verdad, no siempre se tienen tantos y, en ocasiones, hasta se podrían contar con los dedos de las manos.
Amigos verdaderos son aquellos que acuden a nosotros cuando los necesitamos, aunque no se lo pidamos. Y nosotros demostramos nuestra amistad cuando acudimos en ayuda de los demás que lo precisan, aunque no nos lo reclamen.
Tenemos muchas y variadas relaciones sociales, pero, ciertamente, nuestro mundo, y nosotros en él, se halla menesteroso de amistad.
Es bueno que en estos días y en estas circunstancias hagamos un recorrido por la lista de nuestras amistades e, incluso, hagamos un examen de conciencia para ver cuál es o ha sido nuestro comportamiento con ellos y el suyo para con nosotros. Y es casi seguro que nos llevaremos más de una sorpresa y, al acabar el confinamiento y en la fase correspondiente de esas establecidas, aunque un tanto confusamente, por el Gobierno, vayamos a ellos para agradecerles tantas cosas que, por aquello de que “cuando hay confianza da asco”, no les hemos reconocido adecuadamente. O tendremos que pedirles disculpas por acciones u omisiones propias en las que, de forma consciente o inconsciente, no hemos actuado como se merecían.
Como ya queda dicho, compañeros, colegas y hasta camaradas, aunque esta expresión tiene connotaciones muy particulares para algunos de nosotros, podemos tener muchos. Del colegio, de la universidad, del taller, de la empresa, del Servicio Militar pero, como consta un poco más atrás, amigos amigos son bastantes menos pero que perduran a lo largo de toda la vida.
Y como reza la canción “algo se muere en el alma cuando un amigo se va”.
Es curioso y a la vez significativo, como, muchas veces, esas buenas y duraderas amistades se forjan en tiempos y circunstancias difíciles, incluso, con personas con las que probablemente no volveremos a coincidir físicamente nunca o casi nunca, pero con las que mantendremos una relación afectiva perpetua.
Con los compañeros de trabajo en ocasiones se dan unas relaciones competitivas, tal vez hasta de rivalidad, en las que puede prevalecer el afán de superación, las ambiciones y no se forjan esas amistades duraderas, aunque compartamos los tiempos y los espacios durante años de nuestra vida, incluso durante toda nuestra vida profesional.
Son esos compañeros con los que podemos ir a compartir un aperitivo o una cena, incluso acompañados de los o las cónyuges, que tampoco tienen que simpatizar forzosamente. Son esas ocasiones en las que hay que “mantener el tipo”, porque profesionalmente nos interesa. Pueden ser esas comidas o cenas de empresa en la que se finge una pose entre personas con las que menos apetece compartir ese momento y que, aunque nos está deseando, por ejemplo, “unas felices Navidades y lo mejor para el Año Nuevo”, sabemos que va a hacer todo lo posible por “pisarnos los callos”, como empleado o como jefe, y tratar de fastidiarnos en ese año para el hipócritamente que nos desea felicidad.
Tenemos también compañeros de estudios que, cuando acaban los cursos, cada uno va por su lado o cuando terminan las carreras orientan su actividad profesional en diferentes direcciones. Sin embargo, es curioso cómo, transcurridos los años, quizá para conmemorar las bodas de oro de la promoción, a alguno se le ocurre “tocar a rebato” y se reúnen en celebraciones en las que se comparten recuerdos, añoranzas y se hace memoria de los que ya no están. Y se acuerda repetir la experiencia en años sucesivos, pero, por una u otra causa, con el tiempo el grupo de los que acuden a la llamada tiende a disminuir. Claro que los motivos relacionados con la edad y la supervivencia tienen mucho que ver con este hecho.
Lo expuesto en las líneas precedentes no significa que no se puedan establecer amistades verdaderas en estos ámbitos. De hecho, con relativa frecuencia también se crean y mantienen buenas y sinceras relaciones de amistad en dichos entornos. Especialmente entre pares, cuando no median la competitividad o las rivalidades. Cuando se celebran los éxitos de esos amigos y no aparece la carcoma de la envidia.
Hay, sin embargo, una de esas circunstancias en las que compartimos las veinticuatro horas del día, en condiciones a veces duras, en las que no existe la perspectiva de progreso o desarrollo profesional, en donde la camaradería, el verdadero compañerismo se muestran en toda su dimensión y unos se sacrifican por los demás sin esperar recompensa. Esas circunstancias, aunque sin descartar otras, tienen que ver, por ejemplo, con las estancias en los campamentos juveniles a los que asistimos muchos de nosotros, especialmente los que ya peinamos canas o en el Ejército, durante nuestro Servicio Militar.
Allí no había muchas comodidades. Dormíamos en un petate en las tiendas de campaña o en un dormitorio con “tropecientas” literas, comíamos el mismo rancho, nos agotábamos en las mismas marchas, pero nos ayudábamos desinteresadamente unos a otros. Se compartía el “galufo” que uno recibía de su casa con los que no lo tenían. O en las salidas se hacía fondo común del dinero, independientemente de lo que cada uno pudiera aportar. Y cuántas veces sufríamos un arresto por la “metedura de pata” de algún compañero sin delatarle, aunque ello supusiera quedarnos sin el permiso de fin de semana que nos iba a ofrecer la posibilidad de ver a la novia. Nadie delataba al culpable, aunque luego se le diera un manteo como desahogo del “mosqueo”.
¡Con cuantos de aquellos compañeros, iguales, mandos o subordinados, hemos conservado una amistad de las de verdad, de las de toda la vida, para siempre!
Bien, pues ahora es el momento de recordar a todos esos amigos, de hacernos el propósito de convocarles para un encuentro para cuando acabe la “reclusión”, de decirles todo lo que hemos callado hasta ahora, aun a sabiendas de que nos van a decir que no hace ninguna falta, “que para eso somos amigos” y que qué sentido tenemos nosotros del valor de la verdadera amistad.
Pero, no obstante, vamos a decírselo. Porque a veces echamos de menos ese apoyo, esas palabras de agradecimiento o de felicitación por algo que hemos hecho y en lo que hemos puesto toda la ilusión. En lo que ellos, por estar en el mismo grupo, han recibido la felicitación por algo que hemos hecho nosotros y que no han compartido con nosotros, “apuntándose el tanto”.
Pero también es el momento en el que nosotros, haciendo un ejercicio de sinceridad, de humildad y de amistad verdadera, pidamos disculpas si hemos sido quienes hemos incurrido en tal comportamiento.
A veces somos más dados a la crítica, aunque digamos que es “constructiva”, que a la felicitación o el halago siendo merecidos
Aunque Gabriel y Galán dijera que “las palabras dicen menos que los ruidos y los ruidos dicen menos que el silencio”, aunque sepamos que somos depositarios de los mejores sentimientos, en el amor y en la amistad hay que expresarlos. Y para ello disponemos de todos los lenguajes posibles, el verbal, el escrito e, incluso, el de los gestos.
No vale el “para qué le voy a decir lo que le aprecio, si él (o ella) ya lo sabe”. Obras son amores y no buenas razones.
La amistad verdadera, como nos recuerda Laín Entralgo que dijo Kant, es un “cisne negro” o un “mirlo blanco”, como solemos decir los españoles.
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